Este domingo me he despertado con un sorpresón. Luis Alegre nos dedica esta página de Heraldo Domingo (pinchar en la imagen para leerlo ampliado).
Lo traigo aquí porque, de entre todos los artículos y menciones que está desencadenando el libro, es el único que me ha hecho llorar. Otros me han emocionado y me han parecido elegantes, certeros o halagadores, pero sólo el final de este texto de Luis ha conseguido que llorara.
No cuelgo ni una pequeña parte de lo que sale, aunque voy enlazando algunas cosas por Twitter. Pero, para que no digan que sólo me emociono y agradezco los artículos que me dedican los amiguetes, aquí les dejo lo que público Elena Hevia en El Periódico de Catalunya (pinchar aquí para leer en la web del diario) hace unos días. Me gustó mucho el titular y el planteamiento. También disfruté con la conversación inteligente y reposada de Elena.
Todo esto viene a que quería aprovechar el reposo de la mañana de domingo para escribir una crónica de la presentación en Madrid. Referirme a lo elegante y cariñoso que estuvo Marcos Giralt Torrente, a la emoción de aquella especie de catacumba que es el sótano de La Central de Callao, al reencuentro con los amigos, a lo mucho que me hizo sufrir Ángel obligándome a posar para su cámara (algunas de cuyas fotos pueden verse en su blog de fotografía pinchando aquí) y a las copas decadentes que tomamos en el decadente Cock (un sitio antañón y pijo que no me podía permitir en mis años matritenses).
Iba a hacer eso, pero me he encontrado, primero, con la página de Alegre. Y luego he visto, Google Alert mediante, que alguien se me había adelantado con muy buen hacer. Soledad Quintanal firma esta crónica sobre el acto en Todoliteratura.com (pinchar aquí para leer). Así que puedo guardarme los secretos y alegrías de esa noche para mí.
Pero sí que me voy a dar el placer de compartir esta foto con dos damas directamente responsables de que exista La hora violeta. De que exista como libro y no sólo como un archivo de Word en mi ordenador. Ellas son las culpables de todo esto, y quería posar orgulloso y agradecido con ellas ante la cámara del gran Ángel Corrochano.
A mi derecha, sujeta por mi manaza para que no se escape de la foto, Ella Sher, mi agente literaria, amiga, guía y guardiana en el mundillo librero. Si tengo algo parecido a una carrera literaria, esta es incomprensible sin su trabajo y entusiasmo. A mi izquierda, Mónica Carmona, directora literaria de Mondadori, responsable última de todo esto. Cuando se confesó enamorada de mi libro, me dio una confianza en mi trabajo que antes no tenía. Su cariño y atención han sido constantes desde antes de que firmáramos el contrato, y han ido más allá de las exigencias normales de una relación profesional entre autor y editor. Me siento muy afortunado de tenerlas a ambas. De que hayan comprendido tan bien la complejidad de un libro tan delicado y raro como La hora violeta y le hayan otorgado un trato irreprochable, pero también de que me entiendan como escritor y sepan acompañarme tan bien.
Y aquí cierro el capítulo de peloteos. Aunque sean sinceros, no dejan de ser peloteos que quizá a ustedes no les importan. Pero a mí sí, y este blog trata de las cosas que me importan a mí.
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